Esta semana mi capacidad de asombro ha superado todas las expectativas. Las informaciones sobre la pandemia han pasado al cuarto o quinto lugar entre las noticias de actualidad porque la guerra de Ucrania y sobre todo los datos de la inflación y sus causas y/o consecuencias en forma de subidas de los precios de la energía y desabastecimientos de productos básicos como el aceite y la leche, o amenazas de otros por huelgas del transporte y demás colectivos, los han superado en interés mediático.
Soy economista, y cuando estudié hace ya años, la inflación era un fenómeno mucho más corriente y por lo tanto mucho más estudiado que lo que hemos visto en los últimos años, en que la estabilidad de los precios ha sido la nota dominante. Unos precios estables son un mar en calma para muchos aspectos de la gestión.
La inflación crece en espiral, por ejemplo, el crecimiento del precio de los combustibles encarecerá el precio del transporte y el de la producción de muchos productos que consumen mucha energía en su elaboración. Los fabricantes encarecerán el precio de sus productos para absorber el incremento de esos costes. Las familias verán mermadas su poder adquisitivo al ver subir simultáneamente los precios de sus recibos de luz, del combustible de sus coches y de la mayoría de los productos que compran por el alza de estos que han llevado a cabo sus fabricantes. Los sindicatos razonarán en la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores sus exigencias de subida de sueldos en los convenios colectivos y la revalorización automática de las pensiones, lo que abocará sin remedio a que los productores de servicios y los de productos no vean más remedio que subir de nuevo sus precios para absorber otra vez el incremento de los costes. Como la inflación erosiona el valor del dinero los tipos de interés subirán para compensarlo, lo que traerá subidas de las hipotecas a tipo variable y nuevas pérdidas de competitividad de los salarios reales y de las empresas endeudadas. Este círculo vicioso es muy difícil de frenar y el final del proceso siempre es el mismo, la inflación, antes o después, acaba produciendo paro, que es el mal endémico de España.
Como mis artículos siempre se centran en aspectos del mundo de la farmacia, alguno de los lectores estará preguntándose porqué hablo de un tema económico general, pero poco cercano al mundo de la farmacia. En realidad, es un aspecto específico del sector farmacéutico el que se relaciona muy mal con el razonamiento del párrafo anterior y es que, en el sector farmacéutico, los precios de venta más importantes, que son los de los medicamentos, están regulados y no sólo no son precios al alza sino tradicionalmente lo son a la baja, por la dinámica del funcionamiento de las patentes y los precios de referencia.
Si tomamos como hipótesis, que la evolución vaya a seguir la dinámica del circulo vicioso provocado por la inflación y ya explicado, lo más normal es que las farmacias vayan a recibir en un plazo no largo crecimientos en dos o tres de sus partidas de costes, por lo menos en las que afectan a sus costes de personal en forma de subidas salariales derivadas de acuerdos de negociación colectiva; aumento de costes de suministros y servicios, como son subidas de las facturas de la luz, arrendamientos de inmuebles por revisión al incrementarse el IPC, de servicios y honorarios profesionales; y finalmente subidas de sus costes financieros por el alza de los tipos de interés.
Teniendo en cuenta que la mayoría de los productos vendidos por las farmacias, que son los medicamentos no van a subir o lo van a hacer de forma mucho menor que lo que lo haga la inflación, y que los costes de las principales partidas de gasto de la farmacia van a crecer de forma significativa por el efecto de la inflación, lo más probable es que los márgenes de las farmacias disminuyan por el efecto de la inflación.
En definitiva, el sector farmacéutico, tal y como se regulan los precios de venta de sus productos, será especialmente perjudicado por un entorno de crecimiento de la inflación.
Como en nuestros artículos de gestión siempre nos gusta no sólo diagnosticar el problema sino ser capaces de prescribir soluciones que, al menos, permitan mitigar parcialmente los efectos previstos, pasamos a dar nuestras recomendaciones:
- Implantar políticas de fijación de precios para los productos de parafarmacia en los que se sea especialmente respetuoso con la consecución del margen y en la medida de lo posible, por ejemplo, en productos comprados de forma directa con buenas condiciones, incluso en su elevación y no entrar en el juego desigual de los precios fijados por las empresas que comercializan en grandes volúmenes sus productos por internet.
- Transmitir a los representantes de las empresariales que negocian los convenios con las organizaciones sindicales de los trabajadores, que la inflación en un mercado de precios regulados provoca una reducción de la rentabilidad de la farmacia y que por lo tanto elevar de forma importante los salarios provocará un menor nivel de empleo y pérdida de puestos de trabajo.
- Seguimiento y negociación de las tarifas de los suministradores, por ejemplo, de luz y gas, tratando de lograr precios competitivos que no impacten tanto en el crecimiento de estos, por ejemplo, negociando tarifas estables.
- Si se necesita financiación tratar de lograr tipos de interés fijos para la misma.
No es mucho lo que se puede hacer, pero cuando se gestiona un negocio, todos los aspectos, aunque no influyan muchísimo, son importantes, y es la suma de muchos de ellos la que marca la diferencia respecto a otros que no se preocupan de gestionar.
Desde Audifarma nos preocupamos por anticiparnos a las situaciones que la farmacia pueda sufrir y vemos como colaborar con la farmacia para minimizar su impacto cuando las noticias no son buenas, como ocurre en el momento actual.
31 de marzo de 2022
Juan Jesús Sánchez Velázquez Director Audifarma